domingo, 29 de noviembre de 2009





El crisantemo (Genji monogatari) y la espada (Heike monogatari)











El yin y el yang de las letras japonesas

El crisantemo (Genji monogatari) y la espada (Heike monogatari), las dos obras cumbre de la literatura nipona, aparecen completas en español. La primera, que se publica en dos versiones distintas, es un relato femenino considerado el Quijote de Japón. La segunda es una historia masculina que narra el final de una estirpe de guerreros.



Este otoño es afortunado para los amantes de la literatura japonesa, que podrán admirar en castellano algunos de sus monumentos más excelsos. Con un mes de intervalo se han publicado los dos mejores monogatari, el Genji monogatari traducido por Destino como La novela de Genji, y, casi simultáneamente, por Atalanta como La historia de Genji, y el Heike monogatari, inédito hasta ahora en español y que publica Gredos. Para los próximos días, Hiperión anuncia la aparición del Kokinshuu, la primera antología lírica imperial y canon de la posterior poesía japonesa. Tal vez se trate de las tres obras más gloriosas de la literatura clásica de Japón y, probablemente, de las tres que mayor huella han dejado en el alma de los japoneses. En fin, “un otoño extrañamente feliz”, como decía Basho.

Las dos primeras obras son el crisantemo y la espada. Femenina y delicada una; sobria y brillante la otra: el yin y el yang de las letras japonesas. Tienen en común, sin embargo, aparte de su tremenda influencia, su pertenencia al mismo género, el de los monogatari. La palabra monogatari, se compone de un verbo, kataru que es “contar” y de un objeto, mono, que es “cosa(s)”, lo cual da fe de su origen de transmisión oral. Monogatari es la venerable reliquia de aquella época mágica cuando la literatura japonesa era ágrafa y confiaba para su transmisión en la memoria prodigiosa y la vocalidad de los kataribe, probablemente mujeres, depositarias de una rica tradición oral. A la luz de ese contexto, cobra sentido que La novela de Genji, con rasgos de literatura de gineceo, dé la impresión de obra susurrada a los oídos de las damas de los cerrados círculos de la corte de Heian (moderna Kioto); o que el Heike monogatari se haya transmitido mediante el arte de la recitación musical (heikyoku). Efectivamente, el género de los monogatari o relatos en prosa aparece en el momento crucial (siglos VIII y IX) en que la tradición oral de la literatura japonesa cede terreno a la escrita y evoluciona para posteriormente implicar, más que el acto de comunicación oral, una literatura de ficción. Así se ejemplifica en El cuento del cortador de bambú (Cátedra), el “más antiguo” ejemplar del género, como se le saluda en el capítulo 17 de La novela de Genji. Con la evolución vino la diversificación. Así, hay uta monogatari o relatos para glosar poemas como el Ise monogatari, felizmente traducido por Antonio Cabezas como Cantares de Ise (Hiperión); tsukuri monogatari o cuentos de pura ficción (en donde se encuadra La novela de Genji); rekishi monogatari, históricos; gunki monogatari o relatos de hechos de armas (aquí se inscribe el Heike monogatari); y algún subgénero más.



Oralidad femenina

La novela de Genji es el relato ficticio de los amores del príncipe Genji, un Don Juan lleno de tiernas delicadezas, una obra de fina introspección y sutil erotismo, una idealización del mundo refinado de la corte japonesa del siglo X, aunque la obra es escrita a principios del XI. Es interesante destacar el contexto literario y social de esta época cuando las mujeres de la corte, a quienes se les negaba la formación académica, es decir, estudios en lengua china, hallaban refugio tanto en la escritura silábica (llamada onnade o “mano de mujer” y no ideogramática -terreno masculino-, como en temas sentimentales e introspectivos (poemas y diarios). Feliz discriminación, literariamente hablando, que permitió la creación de esta grandiosa telaraña de ficción superior (casi contemporánea a la urdida por otra mujer, Sherezade, en El Cairo), por conjugar arte y vida, a las áridas crónicas e historias escritas por los hombres. Inicialmente leído por y para las damas de compañía de la emperatriz, no tardó en gozar de popularidad y, desde que el crítico Fujiwara Shunzei (1114-1204) enarboló la evidencia de su grandeza, pasa por la pieza cumbre de las letras japonesas, el gran referente estético y emocional del pueblo japonés. El budismo posterior no sintió escrúpulos en rescatar esta obra sólo por esa claridad con que su autora, Murasaki Shikibu (es decir, “Violeta -por el nombre de la heroína de su historia- la del Secretario” -por el cargo de su padre en la corte-), exponía el principio de la retribución de las acciones humanas y el sukuse o karma, referido frecuentemente en el original japonés por los personajes para aludir a la fuerza inevitable del destino. En cambio, para los pragmáticos confucianistas, quizá perturbados porque del pincel de una mujer hubiera salido tal obra, merecía la condena por ser perniciosa para la sociedad y abundar en tantas falsedades. De entre éstos supo erguirse el gran Motori Norigana, en el siglo XVIII, para destacar el mono no aware como rasgo definidor de la obra. Este concepto, que se repite 1.018 veces en la obra, resume el contexto estético y emocional de la época. Se define como “un profundo sentimiento de empatía con la belleza perecedera de las cosas”, según lo define Federico Lanzaco. Hace, además, irrelevante el tema de la moralidad de la conducta amorosa del protagonista, un amante “a lo divino” en una época en que la elegancia -el segundo gran valor estético de la sociedad de Murasaki- era una religión. La novela de Genji ha sido, junto con el Heike monogatari, la principal fuente del teatro noh y del kakubi siendo incontables sus adaptaciones al teatro moderno, al cine y a la televisión.



Escritura de guerreros

Si el Genji es literatura de damas, el Heike monogatari es literatura de samuráis, los “hombres del arco y las flechas”. Su voz es recia y masculina. Narra las vicisitudes y el fin calamitoso de una estirpe de guerreros, los Heike, que suplantó a los cortesanos como élite gobernante en la segunda mitad del siglo XII. Su fin fue trascendental en la historia japonesa pues supuso la liquidación de la autoridad imperial y la inauguración de las sucesivas oligarquías militares que gobernarán en Japón hasta 1868. Esta obra es el producto anónimo de refundiciones realizadas por músicos ciegos bonzos o en hábito de bonzo, que, al son del laúd o biwa, recitaban su obra. Estas refundiciones, al parecer, fueron hilvanadas por un cortesano letrado llamado Yukinaga en el siglo XIII. Fue la aportación erudita del mester de clerecía japonés. La nueva clase social de los guerreros es la gran protagonista de una obra que se inscribe en el contexto cultural de la formidable corriente de la popularización de la cultura japonesa en los siglos XIII y XIV. Su tratamiento social representa la democratización de la literatura de Japón. La dinastía militar de los Ashikaga (1338-1573), bajo cuyo gobierno ha llegado el manuscrito más autorizado de esta obra (¡hay más de setenta!), favorecía la difusión de una obra que ensalzaba las virtudes militares. Y tanta fue su difusión que cuando los jesuitas llegan a Japón en la segunda mitad del siglo XVI, de entre el puñado de obras que van a imprimir en caracteres latinos figura, al lado de las Fábulas de Esopo, el Heike monogatari. Para ganarse las almas de los japoneses de la época, nada mejor que hablar su mismo lenguaje cultural y moral. Aún hoy, los nombres tan sólo de personajes de esta obra siguen evocando para los japoneses escenas conmovedoras de tragedia, amor, traición, heroísmo y soberbia. Por si fuera poco, Donald Richie afirma que un australiano experto en japonología exhortaba recientemente a un grupo de ejecutivos de Estados Unidos a que dejaran de leer informes sobre el sistema empresarial japonés y, en su lugar, leyeran el Heike monogatari pues sólo este libro les daría una visión única “de la vida, incluso del alma, del país”.

Hay que saludar, por tanto, que en el desierto de las versiones españolas de literatura japonesa aparezcan de repente estos dos ricos vergeles inspiradores durante siglos de sensibilidad entre los japoneses. El crisantemo exquisito y la espada destellante. Pero ¡ay!, un crisantemo delicado transplantado dos veces. En efecto, empaña el gozo comprobar que una obra de tal grandeza como La novela de Genji, en lugar de ser vertida directamente desde el original japonés (existen excelentes versiones comentadas desde los trabajos de Ikeda Kikan, el Menéndez Pidal de esta obra) nos llegue en español refrita en mantequilla inglesa y, además rancia, pues la versión publicada por Destino se basa en la recreación de Arthur Waley, artística pero mutilada, realizada hace ochenta años. La versión de Atalanta, de magnífica factura, igualmente se sirve de una versión inglesa, la de Tyler, mucho más fiable y didáctica que la de Waley. Tanto una como otra parecen ignorar que en la época del AVE el trayecto Madrid-Toledo se realiza sin pasar por Alcalá: en la traducción, como la geometría, la distancia más corta entre dos puntos, léase dos textos, es la línea recta.


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