martes, 5 de enero de 2010

VIDA Y DOCTRIANA DE CONFUCIO

Orígenes del confucianismo

En el periodo antiguo se crean y desarrollan las grandes corrientes que imperarán en todo el pensamiento chino: el confucianismo y el taoísmo. Esto fue así tras una dilatada evolución, y desde el siglo V a.C. hasta el siglo III a.C. sólo fueron dos entre numerosas escuelas de pensamiento rivales. Durante ese tiempo, el número de escuelas era tan elevado que algunos estudiosos chinos se referían a ellas como las «Cien Escuelas».
A causa de las numerosas guerras y cambios sociales, el sistema feudal empezó a resquebrajarse. Muchos funcionarios perdieron sus cargos y deambulaban por todo el territorio. Faltos de su medio tradicional de sustentación, trataban de ganarse la vida ofreciendo sus conocimientos y habilidades en otros lugares e incluso a quien quisiera aprenderlas. De este modo, pasaron de funcionarios a maestros privados.
Los miembros de la escuela ru tuvieron su origen en el Ministerio de Educación; los de la escuela taoísta en los historiadores oficiales; los de la escuela yin yang en los astrónomos oficiales; los de la escuela de los legistas o legalistas en el Ministerio de Justicia; los de la escuela de los nombres en el Ministerio de Ceremonias; los de la escuela moísta en los Guardianes del Templo; los de la escuela de los diplomáticos en el Ministerio de las Embajadas; los de la escuela de los eclécticos en los consejeros; los de la escuela de los agraristas en el Ministerio de Tierras y Granos, y los de la escuela de los narradores en los pequeños oficios.
El ru atravesó una serie de etapas antes de la época de Confucio. En un principio ru se refirió a los danzarines y músicos de los rituales religiosos, quienes se caracterizaban por su blandura y flexibilidad. En esta fase, ru era un grupo especial de la sociedad, cuyos miembros equivalían a grandes rasgos a lo que entendemos por chamanes, magos y hechiceros. Después, los ru fueron maestros en rituales y ceremonias y celebraban o asistían a la celebración de diversos rituales. Posteriormente, los maestros rituales se convirtieron en profesores de la educación oficial.
El uso del carácter ru se extendió gradualmente hasta convertirse en un término específico para quienes poseían conocimientos de ritual, historia, poesía, música, matemáticas y tiro con arco y que se ganaban la vida con su cualificación en todo tipo de ceremonias y muchas otras materias. Entre los profesores de estas disciplinas, Confucio destacó como un sobresaliente ru de su época. No mucho tiempo después la tradición ru se identificaba totalmente con las doctrinas aclaradas, elaboradas y propagadas por Confucio.
El pensamiento de Confucio y los principios que lo inspiran se encuentran reunidos en el Shujing, que es el tratado principal de tipo canónico en que se inspira la escuela de los ru. La herencia espiritual que esa escuela recibió de los antiguos puede resumirse en algunos preceptos que establecen los principales deberes de Estado de los hombres de gobierno: 1º Amar al pueblo, renovarlo moralmente y procurarle los medios necesarios para la vida cotidiana. 2º Por ese motivo, debe servirse en primer término con soberano respeto a Aquel que es el Primer Dominador. 3º Cultivar la virtud personal y tender sin cesar a la perfección. 4º En la vida privada como en la pública, observar siempre el sendero superior del «Justo Medio». 5º Tener en cuenta las dos clases de inclinación propias del hombre: unas proceden de la carne y son peligrosas; las otras pertenecen a la razón y son muy sutiles y fáciles de perder. 6º Practicar los deberes de las cinco relaciones sociales. 7º Tener por objeto final la paz universal y la armonía general.
A Confucio le debemos la salvación de los más antiguos documentos históricos y literarios del pueblo chino.

Vida de Confucio

El máximo exponente de la denominada Escuela de los Letrados, Kong Qiu, más conocido en Occidente como Confucio (551-479 a.C.), nombre latinizado por los jesuitas del siglo XVII a partir de Kong fuzi, «maestro Kong».
Según la tradición, Confucio nació en el estado feudal de Lu (parte del moderno Shandong), en China oriental, en el seno de una familia noble que, según algunas fuentes, procedía de los descendientes de la antigua Casa real de Yin.
Huérfano desde muy temprana edad, creció en la pobreza. La dureza y penuria de esas primeras etapas lo ligaron a la gente corriente, lo que se reflejaría en el carácter democrático de todo su pensamiento.
Al parecer, a causa de las intrigas políticas tuvo que exiliarse, yendo de estado en estado acompañado por algunos de sus discípulos, tratando de hallar un sitio más apropiado para sus enseñanzas. Proponía respetar las reglas de las Tres Dinastías y poner nuevamente a la orden del día la política del duque de Tcheu, cuya virtud había que restaurar. Confucio pensaba que si se hallara un príncipe capaz de utilizarlo a él, al final de un ciclo de doce meses, se habría obtenido algún resultado; al cabo de tres años, se hallaría realizada la perfección.
En el año 483 a.C. regresó a su pueblo natal, donde, desalentado por no poder poner en práctica sus principios como consejero de un sabio coronado, Confucio estimó que había fracasado; vivió el resto de su vida dedicado al estudio y a la enseñanza.
Al poco tiempo de su muerte comenzó a aumentar la influencia de Confucio, especialmente a través de las enseñanzas de su discípulo Zengzi (505-435 a.C.), su nieto Zisi y sus grandes seguidores, Mencio y Xunzi.

Los Clásicos

Confucio ha sido venerado durante siglos a causa de algunos textos que no son suyos sino documentos antiguos recogidos en antologías, como los Clásicos, o máximas y diálogos transcritos por sus discípulos después de su muerte, como los Cuatro Libros. Éstos formaban parte de una colección mucho más grande de literatura antigua denominada los Trece Clásicos.
Bajo la dinastía Han (206-220 a.C.), los Cinco Libros Clásicos, que actualmente son como la Biblia del confucianismo, son: el Yijing («Libro de las Mutaciones»), el Shujing («Libro de la Historia»), el Shijing («Libro de las Odas»), el Liji («Libro de los Ritos») y Chunqiu («Anales de Primaveras y Otoños»). Con anterioridad a la dinastía Han, la lista contenía el Yuejing («Libro de Música»).
El «Libro de las Odas» (Shijing), colección de antiguos tratados en verso de diversos orígenes, poesía de corte, himnos religiosos cantados con acompañamiento de música y danza.
El «Libro de la Historia» (Shujing), a la vez, ritual, manual político, breviario de sabiduría moral y libro de historia, aparece bajo la forma de discursos, de edictos, de exhortaciones atribuidas a los reyes y a los dignatarios del Imperio desde la época fabulosa de Yao (III milenio) hasta mediados de la dinastía Zhou (s. VII a.C.). Contiene el «Gran Plan» (Hongfan), primer ensayo de explicación filosófica del poder regio.
Los «Anales de Primaveras y Otoños» (Chunqiu) narran la historia del estado feudal de Lu.
El «Libro de las Mutaciones» (Yijing) fue al principio una colección de signos destinados a fines oraculares. Aparte de sus diez comentarios denominados también «Diez Alas», atribuidos a Confucio, el Yijing consta de 64 hexagramas (seguido cada uno de una breve explicación del símbolo y de seis «glosas») que muestran todas las permutas posibles de dos clases de líneas, al tomarlas de seis en seis. Cada hexagrama tiene un nombre chino tradicional. Las dos clases de línea revelan la dualidad básica de la metafísica china: la línea continua corresponde al yang y la discontinua al yin.
El «Libro de los Ritos» (Liji) es una colección de tratados con fechas muy diversas, que van del siglo IV a.C. al I a.C.
A los anteriores libros se añadieron el Libro de la Piedad Filial y las Analectas. Y de este modo vieron la luz los «Siete Clásicos». Empleados como libros de texto en la Dinastía Tang (609-906), se grabaron en tablas de piedra los «Nueve Clásicos»: el Libro de las Odas, el Libro de las Mutaciones, el Libro de la Historia, los Ritos de los Zhou, los tres comentarios sobre los Anales de Primaveras y Otoños, el Libro de los Ritos y los Ritos de la Etiqueta y el Ceremonial. De los «Nueve Clásicos» se pasó a los «Doce Clásicos» al agregarse otros tres textos: las Analectas, el Libro de la Piedad Filial y Er Ya.
Bajo la dinastía Song (960-1279) se elevaron al rango de los clásicos: la Gran Enseñanza, la Doctrina del Justo Medio, el Libro de Mencio y el Lunyu.
El Lunyu —usualmente traducido como Analectas—, obra cumbre de Confucio y la fuente más fiable de sus ideas, es una colección de anécdotas, máximas, breves parábolas, conversaciones y consejos familiares, escrita y compilada por sus discípulos; está dividida en veinte capítulos. El interés principal de esta obra se centra en torno al perfeccionamiento de uno mismo, el sentido y la práctica de los ritos, el humanitarismo, la rectificación de los nombres y el buen gobierno. Su objetivo era crear una sociedad ideal fundamentada en una armoniosa relación entre los individuos.

La doctrina confuciana

Relación de Confucio con la religión

Confucio no era un maestro espiritual o un profeta religioso. En el Lunyu hay fragmentos que ponen de manifiesto la renuencia de Confucio a entrar en asuntos religiosos.
La gran preocupación de Confucio era la guía moral de la humanidad y, por consiguiente, la principal virtud a su juicio era la benevolencia, el humanitarismo. Tal preocupación no permite el paso a temas como los espíritus o los espectros. Si su meta era restaurar el edén en este mundo, apenas había espacio para las cuestiones religiosas.
Confucio no se alejaba de la tradición religiosa de su pueblo, ni el dios del Cielo, ni el Dao, ni el culto de los antepasados; asimismo era considerado como un experto en los ritos y los sacrificios.
Confucio pensaba que había sido designado por el Cielo para llevar a cabo la difícil misión de curar los males que aquejaban a China, y creía que el Cielo no permitiría que se malograra.
Nunca fue Confucio explícito acerca de si creía o no en la existencia de un Ser Supremo. Tampoco lo fue respecto a la existencia de un «más allá». El «hombre superior» debe estar pendiente sobre todo de la existencia humana concreta, tal como en este instante y aquí. Lo que sí es importante es un comportamiento moral y un gobierno impecable.
La mayoría de los eruditos opinan que la doctrina confuciana no fue nunca una religión del Estado ni una fe exclusiva. No tiene dios, ni panteón, ni sacerdotes, ni templos; es más una filosofía política y social que una religión.
Al igual que muchos de sus contemporáneos, creía que el camino del Cielo había sido ilustrado de modo ejemplar por los reyes-sabios: Yao, Shun y Yu el Grande, en épocas legendarias y por los soberanos Wen y Wu, de la dinastía Zhou. La educación y el conocimiento vienen del pasado, allí donde gobernaron el bienestar y la cama, resultados de una impecable gobernación.

Benevolencia y rectitud


El hombre debe buscar su perfeccionamiento moral; los principios esenciales de esa moralidad son dobles. Por un lado, la virtud de la benevolencia, amor, bondad, altruismo (ren) y, por otro, la virtud de la rectitud, equidad, justicia (yi).
Yi («justicia», «amor a las virtudes») consiste en hacer lo que se debe, lo que es adecuado, necesario, justo y correcto en una situación; es la senda recta que el individuo debe seguir en sus actos, y gira en torno al respeto hacia uno mismo y hacia los demás. Cada individuo tiene ciertas cosas que debe hacer, porque es lo correcto, sin pensar en las consecuencias o el posible beneficio. Se opone al li («ganancia», «amor a la riqueza»). En una circunstancia concreta el individuo debe preguntarse no por lo que le conviene, por el li, sino por lo que es adecuado o moralmente justo en esa situación, por el yi. Si el individuo hace lo que tiene que hacer, pero lo hace por consideraciones extramorales, entonces aun cuando haga lo que tiene que hacer, su acción ya no es correcta, justa. Buscar el li supone egoísmo y alejamiento de la generosidad y el altruismo que requiere el ren.
El confucionismo reprueba el «interés» como motor de las acciones, tanto individuales como sociales. Los confucianos advierten en ese frío término, «interés», la génesis de todas las desgracias de la humanidad. Porque el «interés», tomado como motivo de acción, está en contradicción con el espíritu de la benevolencia y la rectitud.
El ren es utilizado a veces por Confucio para designar la «virtud perfecta». Es la norma de la perfección, es la recta razón del espíritu que establece al sujeto en su ser.
Confucio ha hecho de la benevolencia el requisito imprescindible o la condición misma de la perfección a la que el ser humano debe aspirar.
La benevolencia o amor a los demás encuentra su método en shu («compasión», «altruismo»). La regla de oro para practicar shu es: «No hagas a los demás lo que no quieras para ti mismo». El individuo que, en cualquier circunstancia, ajustara sus actos a esta máxima, sería un gran sabio.
El método en general es denominado el principio de shu y zhong, que es «la manera de practicar el ren». Este principio es conocido por los confucianos posteriores como «el principio de la aplicación de la escuadra» o «el principio de aplicar un cuadrado de medir». Consiste en medir el respeto debido a los demás según el que uno se profesa a sí mismo, y en perfeccionarse a sí mismo de modo que los valores de los demás sean cada vez más nobles; se trata de ponerse a sí mismo como norma para regular el propio comportamiento. Los principios de shu y del zhong son, al mismo tiempo, el principio de ren, de forma que la práctica de los dos primeros significa la práctica de ren. Y esta práctica nos conduce al cumplimiento de nuestras responsabilidades y deberes en nuestra sociedad, en lo que está comprendida la cualidad de yi (justicia). Por consiguiente, los principios del shu y del zhong se convierten en el corazón de nuestra vida moral.
La relación de amor familiar más importante es el amor a los padres. El resto de las relaciones sociales son una prolongación de las familiares.
Para adquirir la benevolencia es condición necesaria dominar las pasiones, respetar escrupulosamente las normas de etiqueta y ceremonia, ritual y reglas del decoro, ritos ancestrales (li). En efecto, li es la consecuencia de las intuiciones de las generaciones pretéritas acerca de la moralidad y la cortesía.
El hombre superior pone todo su esfuerzo en cumplir su deber, de cumplir los ritos, de actuar con impecabilidad. Para ello necesita un total autodominio y un espíritu de sacrificio y esfuerzo constante.

La rectificación de los nombres

La época de Confucio era particularmente caótica y en él encontramos un intento de poner fin a esta situación, incluso desde un punto de vida filológico. Sucedía, según Confucio, que nadie era consciente del puesto que ocupaba en la sociedad y, por tanto, no podía actuar en consecuencia con él; era imprescindible que en cada caso el individuo actuara de acuerdo con la categoría social a la que pertenecía. El desorden se instalaba a causa del quebrantamiento de esta norma. Por eso la regeneración de la sociedad pasaba por la rectificación de los nombres, a saber, la exacta correspondencia entre los nombres y las cosas, los títulos o funciones y los actos, con el fin de poner remedio a la crisis política y espiritual del momento.
Rectificar los nombres significa restablecer un orden que ya no existe; sin embargo, esta acción de restituir a cada nombre su valor no puede restringirse al aspecto formal. La práctica de las virtudes, que los partidarios de Confucio deberán acometer, es el modo más adecuado para restaurar la antigua Edad de Oro.

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