martes, 5 de enero de 2010

LA TRADUCCION DEL CHINO AL ESPAÑOL EN EL SIGLO XX : CARMELO ELORDUY

Como decíamos anteriormente, la eclosión de traducciones del chino al castellano que se dio en el siglo XX fue espectacular en comparación con las traducciones que se habían venido realizando en los siglos XVIII y XIX. Pues bien, el segundo gran traductor que es responsable de tal eclosión junto a Marcela de Juan fue Carmelo Elorduy, S. J.

Carmelo Elorduy fue a China por primera vez en 1923 para estudiar chino y allí permaneció varios años, hasta 1929, y regresó a España; cuando volvió a partir camino de China, en 1934, era ya miembro de la Compañía de Jesús, doctor en Filosofía y doctor en Teología. Desde dicho año permaneció en China hasta que, en 1955, seis años después de que Mao Zedong proclamara la República Popular, se trasladó a Taiwán, isla a la que habían huido los seguidores del Partido Nacionalista, vencidos por Mao. Y fue en Taiwán donde desarrolló una muy prolífica actividad tanto docente como traductora.

Sus traducciones fueron pioneras y casi siempre de textos íntegros, no de antologías. Se circunscribió a la traducción de clásicos de la filosofía china antigua, con una excepción (el Cancionero chino). Se dedicó con especial atención al taoísmo, y, así, tradujo La gnosis taoísta del Tao Te Ching1, que presenta una traducción del libro del maestro Laozi, precedida por unos extensos análisis escritos por Eleuterio y Carmelo Elorduy cuyo objetivo es comparar el pensamiento de Laozi con el estoicismo y la filosofía gnóstica desde un punto de vista ecuménico.

Luego publicaría Lao Tse / Chuang Tzu. Dos grandes maestros del taoísmo2, donde encontramos las dos primeras y muy encomiables traducciones íntegras y directas al castellano de los dos libros fundamentales de la filosofía taoísta, poético el primero y narrativo el segundo. Los libros que aquí traduce el padre Elorduy son Daode jing (cuyo título él vierte así: Tao Te Ching) y Zhuangzi (Chuang-Tsé). El primero, como ya sabemos, consiste en ochenta y un poemas, mientras que el segundo es un cúmulo de anécdotas, relatos e historias de que se sirve el autor, el maestro Zhuang, para transmitir su originalísimo pensamiento. Arropó la traducción con un largo prólogo y un extenso epílogo titulado «Sesenta y cuatro conceptos de la ideología taoísta de Lao Tse y Chuang Tzu». Si algo caracteriza estos estudios es un exclusivo interés en las ideas de los filósofos y una tendencia a comparar dichas ideas con el pensamiento filosófico occidental.

Más adelante, la importancia del Tao Te Ching movería a un editor a publicarlo independientemente3, es decir, separado de la traducción de Chuang Tzu, y con algunas variaciones respecto a la citada edición, a saber, el libro aparece en edición bilingüe, con transcripción china en pinyin, con enmiendas mínimas en la traducción misma de los textos, con un pequeño vocabulario chino-español de todos los términos que aparecen en el Tao Te Ching y con un índice de materias muy útil para la búsqueda de conceptos; además, el prólogo no es el que escribiera el padre Elorduy, sino otro, de Manuel Garrido, y el estudio final del libro, «Análisis del Tao Te Ching», firmado por Carmelo Elorduy, es el resumen que hiciera el padre Eusebio Gil de los dos estudios del padre Elorduy que abrían y cerraban Dos grandes maestros del taoísmo.

Algunas de las características de la traducción de Elorduy del Tao Te Ching son las que repasamos brevemente a continuación.

Primera, el traductor introduce sistemáticamente un título —inexistente en el original— a cada poema del Tao Te Ching, un título que, en cierto modo, supone ya una interpretación y un resumen de lo que el traductor considera lo esencial del contenido del poema. Así, por ejemplo, al texto número 12, que dice así:

a) Los cinco colores ciegan la vista. Los cinco sonidos ensordecen los oídos. Los cinco sabores estragan el gusto. Las carreras y la caza enloquecen los corazones. Los objetos costosos pierden al hombre.

b) En consecuencia, el varón santo trabaja para los estómagos, no para los ojos.

c) Aparta aquello y toma esto.

El traductor añade un título que dice: «El varón santo busca no apariencia, sino realidades». Queda el lector, así, avisado del sentido del texto que va a leer.

Una segunda característica es la abundancia de notas. Muchas de ellas tratan de explicar mejor algún concepto o expresión que el traductor consideró demasiado oscura como para que el lector la comprendiera cabalmente; algunas aclaran frases hechas que la traducción mantiene; otras comparan conceptos del taoísmo con conceptos de la filosofía occidental de una manera que recuerda, ciertamente, el método de fray Domingo Fernández de Navarrete. En consecuencia, el lector interrumpe con frecuencia la lectura del texto original para acudir al pie de página, conoce las opiniones del traductor sobre posibles paralelismos ideológicos entre el taoísmo y la filosofía occidental, y comprende mejor algunos clichés que permanecen en el texto en castellano.

Una tercera característica atañe a la versificación. El original es una colección de poemas, escritos en verso, a veces con rima. El traductor ha preferido no mantener tal disposición métrica, estrófica, literaria, y nos ofrece textos no versificados, sin métrica, aunque algunos con un ritmo sorprendente, en líneas corrientes a cuyos comienzos ha agregado letras que no existían de ningún modo en el original. Un ejemplo:

6. El Espíritu Abismal, Hembra misteriosa y fecunda

    a) El Espíritu Abismal no muere.
    b) Es la Hembra misteriosa.
    c) La puerta de la Hembra misteriosa es la raíz del Cielo y de la Tierra.
    d) Su duración es perenne; su eficiencia, sin esfuerzo.

Una consecuencia de presentar los textos de esta manera: los textos no son poemas sino desarrollos, en prosa, de ideas, ordenados en una sucesión guiada por las letras —a), b), c), etc.— que el traductor añade; lo cual acentúa el valor conceptual, la intención de transmitir contenidos e ideas por encima de la transmisión de la expresividad poética. Da la impresión de que el padre Elorduy dio prioridad al trasvase de ideas, de contenidos, y a la presentación filosófica de los textos, más que poética. En su derecho estaba, claro está.

De ahí se deriva otra de las características de esta traducción: la de la interpolación, entre paréntesis, de muchos términos con los que pretende ilustrar, aclarar en un par de palabras ciertos conceptos. Decimos que se deriva, porque si el traductor hubiera preferido mantener lo poético de los textos no habría podido permitirse estas licencias (cortarían de cuajo el ritmo del poema), que, por lo demás, no desentonan cuando de lo que se trata es de transmitir ideas al lector. Veamos algunos ejemplos de estas añadiduras entre paréntesis:

51. Producción de los seres por el Tao y el Te

a) El Tao les da vida, el Te (‘Virtud’) los cría, el Wu (‘cosa’) los conforma, el Shih (‘influencias’) los perfecciona. Por eso, de los diez mil seres, no hay ninguno que no venere al Tao y estime al Te. [...]

Otro ejemplo, ahora tomado de la traducción de Chuang Tzu:

[...] Así (el emperador) Hsi Wei Shih tuvo por corte el gran bosque rodeado de un simple seto; [...]

Un último caso, también entresacado del Chuang Tzu:

Shen T’u Chia era cojo. Asistía con Tzu Ch’an, del reino de Cheng, a la escuela de Po Hun Wu Jen. Tzu Ch’an dijo a Shen T’u Chia: Yo saldré primero y Su Merced espera, o bien Su Merced sale primero y yo espero (no quería salir con el cojo). [...]

En este último caso, el traductor ha interpolado entre paréntesis una explicación de por qué cree él que los personajes actúan del modo en que lo hacen. De esta manera, se introduce en el texto una segunda voz, la del traductor.

«Dama en un interior». Primer tercio del siglo XIX. Papel de arroz. 36 x 21 cm. Palacio Real de Aranjuez, Madrid, Patrimonio Nacional [10028880].
Dama en un exterior. Primer tercio del siglo XIX. Papel de arroz. 36 x 29 cm. Palacio Real de Aranjuez, Madrid, Patrimonio Nacional [10028881].

Dama en un interior. Primer tercio del siglo XIX. Papel de arroz. 36 x 21 cm. Palacio Real de Aranjuez, Madrid, Patrimonio Nacional [10028880].

Dama en un exterior. Primer tercio del siglo XIX. Papel de arroz. 36 x 29 cm. Palacio Real de Aranjuez, Madrid, Patrimonio Nacional [10028881].

El último de los aspectos que desearíamos comentar de la traducción, ahora solo del Tao Te Ching (no la del Chuang Tse), es el de la traducción de los conceptos. En primer lugar, hay que mencionar que una buena cantidad de los conceptos principales del libro se quedan como estaban, es decir, en chino, transliterados; nos estamos refiriendo a los conceptos de Tao y de Te; a veces, sin embargo, los conceptos chinos así mantenidos van acompañados de una traducción al español. Otros ejemplos: «Te (‘Virtud’)» o «Quien guarde este Tao (‘esta sabiduría’) no deseará llenarse (de cosas), y sin llenarse podrá seguir con lo viejo sin renovarlo» (Texto 15).

En segundo lugar, hay que recordar que algunos de los conceptos están traducidos desde un punto de vista eminentemente ecuménico que parte de la identificación, hecha por el padre Elorduy, entre el Tao y la divinidad o, como él mismo dice, con el Ser Supremo4. Sintonizan con esta concepción la traducción, decimos, de algunos conceptos y versos, como el siguiente:

16. El vacío, sólida quietud. La perennidad, divino tesoro.

    a) Llegar al vacío extremo es conservar la quietud verdadera.

    b) Los seres todos están conjuntamente hechos por Él y los vemos volver a Él. [...]

Es en la utilización del término Él, con mayúsculas, haciéndose alusión a un Dios superior y creador, donde vemos la peculiaridad de la traducción del padre Elorduy. El fragmento, en chino, no hace ninguna alusión, ni explícita ni implícita, a ningún concepto semejante al de «Él = Dios, divinidad única». Tal asunción es perfectamente lógica si se piensa, como hacía el padre Elorduy, que el Tao es un concepto semejante al de Dios en bastantes lugares de la obra, aunque no en todos.

En la traducción de otros muchos otros conceptos, sin embargo, no se percibe tal sesgo ideológico marcado por el ecumenismo (por lo demás, toda traducción, sea consciente o no el traductor de ello, está marcada, cargada de algún tipo de ideología), como es el caso de otro de los conceptos clave del libro, que es el de wu, que Elorduy traduce por «no ser», lo opuesto al «ser».

Otros conceptos están traducidos por medio de términos propios de la filosofía griega, como es el caso del concepto de qi (que significa algo así como «aire», «soplo vital»), que el padre Elorduy traduce por «neuma (tu materia corpórea)». O el concepto de ren (que otros han traducido por humanitas, solidaridad, respeto mutuo, amor), que él traslada por «amor».

En conclusión, la traducción que hiciera el padre Carmelo Elorduy de los dos grandes clásicos del taoísmo es fiel reflejo de la intención del traductor de transmitir ideas, contenidos, más que formas poéticas de expresar ideas, y permitió al lector hispanohablante, por fin, leer en su propia lengua una traducción pionera, ardua como pocas y reflejo de su tiempo y de la mentalidad de un traductor filósofo.

La siguiente traducción que publicó el padre Elorduy aparecería en 1983 y sería la del que es, sin lugar a dudas, el libro más importante de la civilización china. Nos estamos refiriendo a Zhouyi, también titulado Yijing, que él tradujo por El libro de los cambios. Una vez más, la traducción no viene sola, sino con una introducción y una gran cantidad de comentarios del traductor a cada capítulo. En este caso, el padre Elorduy no traza paralelismos entre los contenidos del libro que traduce con formas de pensamiento occidentales.

Un año después saldría su obra, premiada con el Premio Nacional de Traducción de España, Cancionero chino5, a la que ya nos hemos referido más extensamente y de la que sólo nos gustaría recordar aquí que es una monumental obra de poesía popular y culta de los albores no ya de China, sino de la humanidad, cuyos poemas debieron componerse entre el año 1000 y el 600 a. n. e.

La última gran traducción de C. Elorduy fue publicada en 1987; se titulaba Mo Ti, la política del amor universal6 y constituye una antología de Mozi, que es el título chino de la obra de uno de los filósofos más destacados y seguidos por el pueblo llano de la China antigua, el maestro Mo. El maestro Mo vivió en tiempos de Confucio y propugnaba una filosofía muy distinta de la de este, así como muy distinta de la de los taoístas. Uno de los aspectos de la filosofía del maestro Mo que más patente ha quedado por la traducción del padre Elorduy no es otro que el que da título al libro: la tesis de que los hombres deben ayudarse entre sí, idea muy acorde con la fe que profesaba el traductor. No obstante, sostener que lo esencial y central de la filosofía del maestro Mo consistía en esta suerte de «amor al prójimo» sería reducir injustamente —y mucho— la riqueza y la variedad de las reflexiones del filósofo en cuestión. Uno de los aspectos más importantes de su pensamiento, que quedó fuera de la traducción, está recogido en los capítulos dedicados a la lógica, aún por traducir al castellano.

En conclusión, Carmelo Elorduy merece ser considerado uno de los grandes traductores del chino al castellano por lo que hay en él de pionero y de iniciador de una fructífera corriente de traducciones: las traducciones directas de filosofía china antigua. Hasta él, no existían en castellano textos fundamentales para poder comprender un poco más la variada civilización China. Intentó que los libros que traducía se comprendieran, prestando atención más a la comunicación de los contenidos, que a la forma de expresarse dichos contenidos y trató de relacionar algunos aspectos del pensamiento chino con la filosofía occidental. Si su forma de traducir, especialmente la filosofía taoísta, recuerda a algún traductor precedente, este es fray Domingo Fernández de Navarrete.

Nosotros, por nuestra parte, creemos, como Rudyard Kipling, que Oriente es Oriente, Occidente es Occidente, y que nunca se encontrarán.

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