miércoles, 2 de diciembre de 2009

MATSUO BASHO: OKU NO HOSOMICHI

Cuatro o cinco días en Sendai



Cruzamos el río Natori y llegamos a Sendai. Era el día en que adornan los tejados con hojas de lirios cárdenos. (1) Encontramos una posada y allí nos alojamos cuatro o cinco días. En esta villa vive un pintor llamado Kaemon. Nos habían dicho que era un hombre sensible; lo busqué y nos hicimos amigos. El pintor me dijo que se ocupaba en localizar los lugares famosos que mencionan los antiguos poetas y que, por el paso de los años, ya nadie sabe dónde se encuentran. Un día me llevó a visitar algunos: en Miyagino los campos estaban cubiertos de hagi (2) e imaginé su hermosura en otoño; en Tamada y Yokono, lugares renombrados por sus azaleas, florecía el asebi; (3) penetré en un bosque de pinos adonde no llegaba ni una brizna de sol, paraje que llaman “Penumbra de árboles”, tan húmedo por el rocío de la arboleda que dio lugar a aquella poesía que comienza: “¡Ea, los guardias! ¡Su sombrero!” (4)

Después de orar en el templo de Yakusi-yi y en el santuario de Tenjin, contemplamos la puesta de sol. El pintor me regaló pinturas de paisajes de Matsushima y también, como despedida, dos pares de sandalias de cordones azules. Su gusto era perfecto y en esto se reveló tal cual era:


Pétalos de lirios

atarán mis pies:

¡correas de mis sandalias!



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Notas:

El día cinco de mayo, en la fiesta a que se alude en la nota (5), también se acostumbra adornar con hojas de lirio los tejados. Sus hojas tienen la virtud de alejar a los demonios. Por la noche la gente se baña en el agua en que se sumerge a las hojas. La costumbre perdura todavía.
Hagi. Lespedeza bicolor Turez. Es una planta con flores purpúreas; florece en el otoño.
Asebi: Pieris Japonica D., Don. Arbusto que da flores blancas y es parecido al madroño del Valle de México.
Poema anónimo de la antología Kokinshu:
¡Ea, los guardias!

Decidle al amo

que se ponga el sombrero:

rocío en Migayino,

¡chubasco y no rocío!

En Shinobu se fabrican ciertos tejidos; para teñirlos se colocaban yerbas silvestres sobre una piedra y sobre ellas la tela; después, con otra piedra, se hacía presión hasta machacar las yerbas y lograr que los relieves quedasen impresos en la tela, formando desordenados y extraños dibujos. El método no es distinto al frottage de los pintores surrealistas, especialmente de Max Ernst. En la antigua poesía japonesa con frecuencia se compara el sentimiento del amor perdido -corazón destrozado- con el dibujo obtenido por las piedras impresoras, hecho de líneas rotas.


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