Viniste al fin
Viniste al fin, y por eso dejé ir a las libélulas que conservaba cautivas entre mis cinco dedos este atardecer de otoño
De los innumerables escalones
De los innumerables escalones que conducen a mi corazón él subió tan sólo quizás dos o tres.
Una noche
En cada cuarto, en cada jarrón, enciende una brillante luz; arregla amapolas y rosas. Esto no es consolar sino castigar; porque aquí, una mujer —olvidada de alabar y de responder—, de pronto deseó llorar por una nimiedad.
Mis canciones
Porque mis canciones son breves la gente cree que atesoré palabras. Nada he ahorrado en mis canciones. No hay nada que pueda agregar. Distinta de un pez, mi alma se desliza sin agallas. Yo canto sobre un suspiro.
El día que las montañas se mueven
El dia que las montañas se mueven ha llegado. Aunque lo diga, nadie me cree. Las montañas, que en otro tiempo fueron activas entre llamas, sólo duermen un rato. Mas, aunque lo hayáis olvidado, creedme, amigos, que todas las mujeres que dormían ya se despiertan y se mueven.
Puedo entregarme a ella
puedo entregarme a ella en sus sueños murmurándole sus propios poemas al oído mientras duerme a mi lado
¿será porque siempre anhelas, corazón, que siempre enciendo una lámpara en el naranja del ocaso?
dulce y triste como un amor sobrecogido por largos suspiros de lo profundo de un sauce poco a poco va saliendo la luna
la tierra parece una magnífica flor de loto cuando el sol se alza sobre el paisaje nevado.
(Traducción A. Girri) |
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