Ryôkan, un maestro Zen, vivía de la forma más sencilla posible en una pequeña choza al pie de una montaña. Cierto día, por la tarde, estando él ausente, un ladrón se introdujo en el interior de la cabaña, sólo para descubrir que no había allí nada que pudiese ser robado.
Ryôkan, que regresaba entonces, se encontró con el ladrón en su casa. "Debes haber hecho un largo viaje para venir a visitarme", le dijo "y no sería justo que volvieras con las manos vacías. Por favor, acepta mis ropas como un regalo".
El ladrón estaba perplejo, pero al fin cogió las ropas y se marchó.
Ryôkan se sentó en el suelo, desnudo, contemplando la luna a través de la ventana. "Pobre hermano", se decía. "Ojalá pudiese haberle dado esta maravillosa luna".
Ryôkan escribió este precioso haiku:
Al ladrón
se le olvidó
la luna en la ventana.
El poeta de la compasión, nacido en 1758, Yamamoto Eizo, llamado Ryôkan, que significa "el bueno, el magnifico", era hijo de un alcalde de pueblo, custodio del templo shinto. A los 18 años, el joven Eizo deja a su rica familia y entra en un monasterio budista, monje zen y calígrafo-escriba.
Sin inquietarme
En almohada de hierbas
Me ausenté.
Ryôkan presta atención a los seres más humildes, siente igual ternura por los pájaros, las flores o los insectos.
Cuentan que en el suelo desnudo de su cabaña había empezado a crecer un bambú joven. Al verlo crecer buscando desesperadamente una salida al aire libre, quiso abrir un agujero en el techo.
Se muestra atento y tierno con el bambú:
Viejo el cuerpo
transido de frío
los bambúes bajo la nieve.
Ryokan, cuyo verdadero nombre era Yamamoto Eizo, nació en 1758 en la ciudad de Izumozaki, de la provincia de Echigo (actualmente Niigata), sobre la costa oeste del Japón. Una región de nieve.
Ryokan vivirá en una época donde la paz reina en Japón.
"soy un hombre ocioso en una época de paz".
Descendiente de una familia acomodada, su padre poeta de cierto renombre ejercía la jefatura del poblado, el joven Eizo pasó su juventud dedicado al estudio. A los dieciocho años decidió entrar en un monasterio zen. Allí su vida dio un vuelco. Estudió con el famoso maestro Kokusen de la secta Sotô quien lo inició en los misterios de la meditación sentada (zazen) o del shikantaza: sólo sentarse, (quietamente sentado, sin nada que hacer) sin objetivo.
(En esta disciplina el practicante sólo debe sentarse y dejar que los pensamientos, los deseos fluyan; debe vaciarse para que la verdadera naturaleza del hombre, ese resplandor que permanece en la oscuridad, aparezca).
Después de la muerte de su maestro, Ryokan fue reconocido como el único heredero y depositario de la Transmisión. Pero a pesar de haber sido designado como sucesor de Kokusen, elegirá partir.
Pasará los próximos veinte años en una ermita en la montaña. La llamará Gogo an.
La gente del poblado cercano, al verlo bajar de la montaña exclamaba "El monje loco está de regreso".
Sonriendo continuamente, una gran pureza, una inmensa alegría y una profunda compasión emanaban de todo su ser.
En el final de su vida, abandonará Gogo an para instalarse en la residencia de su amigo Kimura Motoemon. Allí conocerá y entablará una relación de cómplice amistad con Teishin, una joven de 29 años.
Ella permanecerá a su lado hasta el momento de su muerte en el año 1831.
El monje loco (como así se le conocía cariñosamente) murió a los setenta y dos años.
Un poco ebrio
ligero el paso
bajo el viento de primavera.
Viento azul
En mi caldo claro
Peonías blancas.
El viento trae
las hojas suficientes
para hacer fuego.
Surcos de seda
en la superficie del agua.
Lluvia primaveral.
Los días de lluvia
el monje Ryôkan
da pena.
Este mundo
no es otra cosa
que flores de cerezo.
En el santuario
Sobre los pétalos de las magnolias
Las flores del cerezo.
Ya revela su cara oculta,
ya la otra; así cae
una hoja de otoño.
Las plantas de jardín
caen
y yacen como caen.
Día tras día
cae la garúa.
La vejez me atrapa.
Sobre su caballo
En el viento que azota
El hombre de mirada segura.
En el viento otoñal
Al recoger caquis
Mis bolas doradas se erizan.
Lluvia de primavera
lentamente paseo la mano
por la cantimplora rajada.
Moños de niños
de antaño el recuerdo
las violetas.
El jardín de al lado
por entre un agujero
en el muro de arcilla.
Su frescor,
olvidarlo es imposible,
los bambúes de este año.
El ruiseñor
me despierta del sueño,
mi arroz de la mañana.
La barca del arroz
se dirige
hacia la luna del tercer día.
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