Hace 11 años, durante un viaje a China, me reuní con mujeres activistas que me hablaron de sus esfuerzos para denunciar la situación de las mujeres. Me ofrecieron un vivo retrato de los desafíos que enfrentaban: discriminación de empleo, atención de salud inadecuada, violencia doméstica y leyes anticuadas que perjudicaban su progreso.
Hace pocas semanas, las encontré de nuevo, durante mi primer viaje a Asia como secretaria de Estado. Esta vez oí de los progresos logrados. Pero a pesar de algunos pasos importantes hacia adelante, ellas no me dejaron duda de que aún hay obstáculos y desigualdades, como ocurre en muchas partes del mundo.
En todos los continentes he escuchado relatos parecidos, a medida que las mujeres buscan oportunidades para participar plenamente en la vida política, económica y cultural. Y el 8 de marzo, cuando celebramos el Día Internacional de la Mujer, tenemos la oportunidad de evaluar los progresos que hemos logrado y los desafíos que aún quedan y de reflexionar sobre el papel que las mujeres deben tener para ayudar a resolver los complejos desafíos mundiales del siglo XXI.
Los problemas que enfrentamos hoy son demasiado grandes como para resolverlos sin la participación plena de las mujeres. Reforzar sus derechos no es solo una obligación moral constante, es también una necesidad ahora que enfrentamos una crisis económica mundial, la expansión del terrorismo y armas nucleares, conflictos regionales que amenazan a las familias y las comunidades, y el cambio climático y los peligros que representa para la salud y la seguridad del mundo. Estos desafíos exigen todo lo que tenemos. No los resolveremos con medidas a medias. Y sin embargo, con frecuencia, en estos y muchos otros asuntos, la mitad del mundo queda excluida.
Actualmente, como nunca en generaciones pasadas, hay más mujeres que dirigen gobiernos, empresas y organizaciones gubernamentales. Pero esas buenas noticias tienen un lado débil: Ellas todavía son mayoría entre los pobres, mal alimentados y mal educados del mundo. Todavía son sometidas a la violación como táctica de guerra y explotadas por tratantes en el todo mundo, en un negocio criminal de billones de dólares.
Las muertes por cuestiones de honor, el daño físico, la mutilación genital femenina y otras prácticas degradantes todavía son toleradas en muchas partes. Hace unos pocos meses, una niña de Afganistán iba camino a la escuela cuando un grupo de hombres le tiró ácido a la cara, dañando permanentemente sus ojos, porque se oponían a que ella se educara. Pero su intención de aterrorizar a la niña y su familia fracasó. La niña dijo: “Mis padres me dijeron que siga yendo a la escuela, aunque traten de matarme”.
El coraje y la determinación de esa niña nos debe servir de inspiración a todos para seguir trabajando tan arduamente como podamos para asegurar que las mujeres gocen de los derechos y oportunidades que se merecen.
Especialmente en esta crisis financiera, debemos recordar que los estudios nos dicen que el apoyo a la mujer es una inversión de alto rendimiento, que resulta en economías más sólidas, sociedades civiles más vibrantes, comunidades más sanas y mayor paz y estabilidad. Y la inversión en la mujer es una manera de apoyar a las generaciones del futuro porque ellas gastan más en alimentos, medicamentos y educación de los niños.
Incluso en las naciones desarrolladas, el poderío pleno de la mujer está muy lejos de realizarse. En muchos países siguen ganando mucho menos que los hombres por el mismo trabajo.
Las mujeres deben tener la oportunidad de trabajar por salarios justos, tener acceso al crédito y abrir negocios. Merecen igualdad en la política, con igual acceso a la urna electoral y libertad para pedir a sus gobiernos y postularse a un cargo. Tienen el derecho al cuidado de la salud y de enviar a sus hijos a la escuela. Y tienen un papel vital que desempeñar en establecer la paz y la estabilidad en todo el mundo. En las regiones destruidas por la guerra, son las mujeres las que frecuentemente encuentran la manera de superar las diferencias y encontrar terreno común.
En mis viajes por el mundo en mi nuevo cargo, recordaré a las mujeres que he conocido en cada continente, mujeres que han luchado contra probabilidades extraordinarias para cambiar las leyes y poder ser propietarias, tener derechos en el matrimonio, asistir a la escuela, mantener a sus familias e incluso servir de mantenedoras de la paz.
Al trabajar con mis contrapartes en otras naciones, así como con ONG, empresas e individuos, seré partidaria franca de seguir promoviendo estas cuestiones. Lograr el potencial pleno y la promesa que las mujeres encierran no es solamente una cuestión de justicia. Se trata de mejorar la paz mundial, el progreso y la prosperidad para las generaciones.
HILLARY CLINTON. SECRETARIA DE ESTADO DE EE.UU.
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