Los pueblos indígenas en el Perú habitualmente son “invisibles”: sus problemas no son tomados en cuenta, no existen para muchas instituciones del Estado, a la hora de desarrollar políticas educativas estas no se adaptan a su cultura y sus problemas no se convierten en noticias para los medios hasta que estalla algún conflicto. Si eso ocurre con los pueblos indígenas en general, imaginen lo que pasa con las mujeres de estas comunidades. Las mujeres indígenas tienen menos acceso a la educación —y a los servicios en general— y es alto el grado de analfabetismo entre ellas. Al ser ellas las que mantienen con más fuerza sus tradiciones y su identidad, en su vestido y en el idioma, sufren de discriminación con mayor frecuencia. Aunque sus familias muchas veces dependen de ellas, no se valora su importante aporte a la economía familiar, ni en sus casas ni en sus comunidades, ni en el país en general. Al igual que muchas otras mujeres, son víctimas de violencia. Finalmente, si bien cada vez más mujeres indígenas asumen liderazgos y participan en política, ello aún es muy limitado.
Es claro que es necesario desarrollar programas que apoyen a las mujeres indígenas, pero estos deben ser específicos para ellas y tomar en cuenta sus características particulares. Debemos diferenciar a las mujeres indígenas del resto de mujeres, porque las primeras provienen de diferentes pueblos, con distintas culturas, patrones de organización, cosmovisiones, sistemas de parentesco e idiomas distintos; además, viven problemas particulares para acceder a la educación, la salud y los servicios básicos. Un primer paso es contar con datos estadísticos diferenciados por pueblos culturalmente distintos, lo que haría posible iniciar la formulación de políticas y programas que busquen mejorar sus condiciones de vida y favorecer el ejercicio de sus derechos.
En el plano internacional, la aprobación de la Declaración de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas y del Convenio 169 de la OIT constituyen avances significativos para la defensa de los derechos indígenas. Es necesario que estos avances, que el Perú promovió, se concreten en cambios constitucionales para asegurar el ejercicio pleno de los derechos humanos individuales y colectivos de los hombres y mujeres indígenas.
Por otro lado, muchas mujeres indígenas vienen participando activamente en sus organizaciones, ganando espacios públicos para demandar el respeto de sus derechos individuales y colectivos. En el Foro Social Mundial (Brasil 2009) las mujeres indígenas aportaron en los temas de soberanía alimentaria y cambio climático, propusieron con mucha sabiduría el vivir bien y los derechos de la naturaleza como conceptos básicos de un modelo de desarrollo alternativo que conjugue la búsqueda del respeto a los derechos de unos y otros con el respeto a la naturaleza que nos acoge.
La búsqueda por reducir las brechas de desigualdad entre hombres y mujeres indígenas, y entre ellos y los no indígenas sigue siendo un desafío. Más aún cuando en nuestro país persiste un ambiente discriminatorio, con prejuicios, estereotipos e intolerancia que lo refuerzan. Esto dificulta el logro de una sociedad más democrática, dialogante, menos conflictiva y menos excluyente. Hay pasos concretos que se pueden hacer ahora: mejorar los censos para que incorporen variables que permitan identificar la situación en la que viven las mujeres indígenas; seguir fortaleciendo las políticas de salud intercultural así como la educación bilingüe; apoyar la incorporación de mujeres indígenas a la política. Pero lo que se necesita sobre todo es la voluntad de hacerlo.
En este Día Internacional de la Mujer reflexionemos sobre la situación y condición de las mujeres indígenas del Perú y del mundo y hagamos el esfuerzo de entender, con una lógica distinta, que también ellas deben ejercer sus derechos individuales y colectivos, reconociendo al mismo tiempo, la igualdad en la diversidad.
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